María Andrada expone en Madrid.
Viene a contarnos cómo es su mundo, cómo nos ve, cómo nos siente. Nos trae media docena de obras que un día decidieron ser como son. Porque es el propio cuadro, según dice la artista, quien dirige sus intervenciones. Por eso, cuando se enfrenta a la desnudez del lienzo, lo hace con la libertad del que sólo busca diversión, diálogo, entendimiento. Con la naturalidad e ingenuidad del que descubre por primera vez.
Y trabaja queriendo contar muchas cosas a la vez, utilizando todas las técnicas que un día aprendió del sabio pincel de su padre. A su lado, siendo muy niña, comprendió la fuerza conmovedora de la pintura.
Y esa infancia suya, de sus lugares y de las personas amadas, se transforma, casi sin querer, en hilo conductor de su obra.
Abrazos, miradas, intenciones y gestos cubiertos por suaves trazos y diferentes texturas, juegan al escondite de los sentimientos. Siempre descubres algo oculto en sus cuadros.
La luz, omnipresente y valiente como el mar, baña silenciosa cada ápice de tela y te vapulea.
Y su infancia se refleja en su mirar y convierte en memoria cada trazo. Y ese reflejo, fruto de una existencia plena, inunda de verdad su pintura.
La primera pincelada establece un vínculo eterno entre el creador y su obra. A partir de ese momento, la incertidumbre es un aliciente para iluminar el camino. La duda, una constante en el proceso.
«Realmente no sé lo que voy a pintar ni cómo voy a hacerlo. Cuando me da paz, lo dejo.”
Music: Blue Dot Sessions by Hardwood Lullaby
9 junio, 2018
Documentary Film, Personal